Velásquez & Velásquez
Editores
Colección Juvenalia, Serie
Viva
Quito, Ecuador, 2012
Por Santiago Páez
Introducción
Tal
vez una de las caracterizaciones que podemos hacer del trabajo de un escritor
es la de asegurar que su función en la sociedad y ante el mundo es la de
devenir en un desapasionado relator de lo atroz. Hay escritores bonancibles e
incluso algunos han redactado obras que alegran el espíritu y nos muestran el
lado amable de las cosas. Y sus obras, sin dejar de merecer el respeto que debe
otorgársele a toda producción humana, son menores, limitadas, no llegan a ser
artísticas del todo. Es que esa tarea de reconciliarnos con el mundo no es la
del arte, es la de los discursos memos de los medios de comunicación de masas:
el cine de Hollywood, las telenovelas mexicanas o la música pop. El arte, el
verdadero, está para que a partir de su apropiación, de su lectura, los humanos
construyamos, en nuestras mentes, una simulación lúcida del mundo. Y el mundo no
es un lugar grato, o lo es sólo para los ilusos. Es que la esperanza, si
alguien la necesita, solamente puede construirse sobre los arduos cimientos de
la verdad. Estas narraciones de Augusto Rodríguez son eso: registros de la
atrocidad del mundo, descarnadas visiones del cosmos en que transita, entre
humorístico y desencantado, el narrador. Veamos algunos ejemplos de esta virtud
de los relatos de Augusto Rodríguez:
En
su relato “El planeta XYZ” juega con la estructura narrativa de la fábula, arma
todo un escenario de conductas sancionables con la valoración de buenas o malas
y, al final, se inhibe de asentar una moraleja y deja al lector en una
incertidumbre de la que deberá salir solo…En otro de sus cuentos “Los bebés más
hermosos” apuesta por el terror como género y con él expone la fragilidad que
tiene la inocencia de los niños, esa inocencia que permanentemente perdemos,
también, los adultos. Una de las historias de este libro, que más me ha
gustado, es la titulada “El burócrata de las doce”, en ésta cómo en “El último
round” o en “Memorias de Fútbol”, Rodríguez logra eso que elogia Kundera en
Flaubert: mostrar el horror de lo nimio, esa profundidad terrible que tienen
todas las vidas humanas y que es más destellante en los destinos de los
pequeños, de los mínimos: boxeadores fracasados, actores de circo miserables,
escritores ignorados o burócratas hundidos en las rutina. Tal vez el texto más
logrado de este libro sea el que le da título: “Los muertos siempre regresan”
en la que se condensa una energía lírica estupenda que nos muestra lo ínfima y
devastadora que es, al mismo tiempo, la muerte de los amados. Y hay también, en
este libro, parodias amargas de los cuentos clásicos para niños o reflexiones
divertidas –narrativas siempre- sobre la cultura popular generada desde los
medios de comunicación de masas: las películas de Drácula o los héroes
futbolísticos. Hay
mucho en este libro, mucha historias bellas y sobrecogedoras, y hay en él,
sobre todo, lucidez.
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