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Rumor de Inventario de Fernando Iturburu se presentó en Guayaquil


El escritor, investigador, poeta y catedrático en Plattsburgh State University de Nueva York, el guayaquileño Fernando Iturburu, presentó el pasado miércoles en el CEN de Guayaquil, su antología personal Rumor de inventario (CEN, 2008) que reúne 30 años de su escritura. De este reciente libro hemos seleccionado tres textos de la última parte de esta antología que provienen del blog El pez que fuma. Esperamos que lo disfruten.

Fernando Pessoa, el maestro y sus lecciones

Leí a Pessoa al entrar a mis 20 años, sobre todo la antología de heterónimos que lanzó Alianza. Era un libro prestado y, como todo hombre joven, atesoraba la propiedad de los libros (años después Umberto Ecco dijo que la mejor biblioteca es la pública, porque pone a circular el saber). Por ello llegué a tener unos ejemplares que me trajeron de Brasil y de los cuales, creo, en el montón de libros que yacen arrumados en mi casa de Bellavista, ya no queda ninguno. En mi oficina en Plattsburgh me acompaña, sin embargo, una edición de Río de Janeiro: su poesía completa, impresa en papel Biblia. Fue, extrañamente, el único ejemplar que encontré en Porto (Portugal) en diciembre de 1991. Desde entonces, ese libro me ha acompañado siempre, junto a otros muy personales y de igual constitución poética.
Leer a Pessoa siempre es una delicia reveladora. Y siempre la lección es más contundente y las preguntas persisten: ¿Por qué debo escribir poesía si ya hay muchos poetas que han llegado a donde yo, muy posiblemente, nunca podría? ¿Porque lo que lo que cada uno dice es, aunque inferior poéticamente, el único camino para expresar lo que sentimos? ¿Y qué pública vanidad es esa, la de creer que lo que sentimos es importante, comunicable, publicable? ¿Quizá porque es una forma lógica y personal de abrirnos hacia el exterior? ¿Y esto lo hacemos porque nos creemos la gran cosa, o porque, en el fondo, hay un gran porcentaje de timidez y aún de cobardía para pelear la vida diariamente, y esa es la mejor manera de redimirnos frente a nosotros mismos y los demás? No lo sé.
Con todas las bondades para saturar el mundo de palabras y contenidos que tienen las lenguas, con todas las posibilidades que tienen los seres humanos para detallar su paso por el mundo en la poesía, llegar más allá de un Pessoa es, simplemente, imposible en una vida como la que llevo. Hay que tener talento, medios para hacerlo, tiempo, sobre todo tiempo para enmendar errores. Así, Pessoa va siendo como un referente para muchos porque venimos de muchos lados y tiempos, pero también una cima inalcanzable. A lo mejor, humildemente, hay que volver al principio que dice: "Haz sólo lo que mejor puedas hacer".
Hablar de su obra me cansa, tratar de articular lo que con tanta claridad dice Alberto Caeiro, es una ridiculez, una tomadura de pelo, para mí. Simple tautología. Es de Caeiro de quien tomé aquello de que "la poesía no tiene misterio" (para información de la señorita que me reclamó la cita porque, supone, la poesía es algo mágico y oscuro, metafísico).
Al mismo tiempo, y para volver a la contradicción que marco líneas arriba, en mis re-lecturas de Pessoa, que ocurren de manera no planificada, siento una necesidad de encontrar en otros autores algo que "al maestro" se le haya pasado por alto. Y, claro, veo que hay otros, dentro y fuera de la geografía nacional que lo intentan: un poema sobre un árbol de almendro y unos mendigos que cruzan hacia un parque, de Hernán Zúñiga, algunos poemas de Diego Velasco Andrade, unos versos de Eduardo Morán (caótico y desconcertante a veces), dos poemas del último Balseca. También los poemas de Vulgarín (nadie hablaba de él hasta hace muy pocos años, cuando se puso de moda nuevamente, aunque dudo mucho que lo hayan estudiado) y de Ledesma. Y Rumi, Rilke, Vallejo. Y basta, que la lista es muy larga.
Son tantos y tantos que me digo: Sólo un especialista, entrenado en tal cual autor durante años, tiene el derecho intelectual a hablar y escribir de ellos. Este es un entrenamiento que yo nunca he tenido para Pessoa, menos aún para escribir su biografía. Ahora que el mercado biografista se ha puesto de moda, y cada uno se tira por allí, a agarrar incautos y mover sus palancas para escribir sobre lo que no conocen, de pronto también aparece un biografista de Pessoa. No importa que no sea psicólogo, historiador o especialista, peor que no conozca su lengua. Nada de eso ya importa en la situación del mercado editorial. Pero mientras eso ocurre, sigamos nomás con los poemas del portugués, que a la postre es lo único que tiene sentido si se quiere mantener coherencia personal y profesionalismo intelectual.

Cómo escribir un poema hermético y ganar concursos

Fauna despreciada de los arreboles y las muertes
Suicidio y cadáver de la muchacha confundida
(es malvada, lo sabemos por las babas del diablo
aunque su forma despierta la ternura en la tormenta)
Pregón y hiena ocurriendo al mismo tiempo
Toma el libro sagrado, ábrelo, búscate en sus páginas
Y una vez cerrado
Arrójalo al abismo recordando la palabra secreta
Ya en la calle
Abierto al mundo a los cuerpos
Bebe de la flor del tamarindo
De los higos y el cactus solitario en la duna

Escribir estas líneas me ha tomado 3 minutos exactamente. Lo juro por quien sea. Simplemente traté de mantener un tono solemne, hacer referencias a lecturas de supuesto gran nivel, a los cuerpos y a determinados objetos que evoquen, de alguna manera, un misterio y algo concreto a la vez. También sostuve el tonito ese de sobrades, de querer ser al bacán de la película, el que sabe mucho, "la mamá de Tarzán" (o el "papá de Batman", como habría dicho Hugo Salazar Tamariz). 3 minutos. (¡Y dice Fabiola que el poemita no está nada mal!). Podría escribir más poemas así, en serie/o, pero ya lo hice a mis veinte años. Creo que a este tipo de poesía se la ha llamado "sobria" y se sigue escribiendo en Quito y Guayaquil, nada menos. Gran pérdida de tiempo, según yo. Hay, por suerte, unos jóvenes poetas que, sin poses, dan un nuevo discurso. Esos son los que van a hacer que la poesía ecuatoriana camine realmente, no los lamentables críticos, tan sectarios en sus gustos, tan alejados del tiempo presente que dan lástima.
¿Cómo ganar un concurso de poesía? Tomándose tres minutos para cada poema incomprensible, y amarrando el reparto con los miembros del jurado.

¿Cuándo debemos dejar de escribir?

Cuando no tengamos nada que decir o, lo que es igual, cuando lo que digamos sea igual o muy parecido a lo que hemos venido diciendo, cuando empecemos a repetirnos. Entrando a los 80, cuando Miguel Donoso Pareja formó un taller literario en Guayaquil, fue quizá la primera lección que debí aprender, aunque no siempre asumí como me habría gustado. En esos años me atrajo lo que podríamos llamar "hermetismo" y cuya tradición viene del conceptismo/culteranismo del Siglo de Oro español, pasa por el Simbolismo francés del siglo XIX, y nos llega a través de varios poetas de primera mitad del siglo XX. ¿Cómo, a fines de siglo XX, aún eso llamaba la atención en Guayaquil y un poco en Quito? Porque en una tierra con pocos lectores, con una tradición literaria muy débil o incipiente, es fácil escaparse al mundo de los libros y a un lenguaje que nadie habla, que no existe, y que pocas veces tiene sentido.
Así, muchos poemas de César Dávila, por ejemplo, a pesar de su gran intento de elucubración filosófica mezclada con imágenes amontonadas de tinte abstracto, tienen el mérito de la respuesta personal de un autor frente (o desde el) al lenguaje, pero no corresponden a coordenadas históricas o al ritmo literario social de América Latina (a lo mejor eso tampoco importa).
En mis lecturas de poetas como Dávila descubrí que yo no había inventado el agua tibia. Ante la favorable receptividad de ese discurso hermético, pronto otros miembros del taller se tiraron por el mismo lado. Donoso claramente advirtió que era necesario que cada uno buscara su propia voz. Pero más pudo el interés por el consenso favorable, el piropo, la adulación. Cuando me fui a Francia ya estaba cansado de eso (lo he dicho varias veces), y cuando regresé vi cómo el hermetismo había echado raíces en algunos poetas de Guayaquil, y veo que eso continúa siendo polo de atracción de otros casi tan viejos como yo, al menos en edad. Fin de la historia.
Dejé de escribir ese tipo de poesía porque empezaba a repetirme, y muy notoriamente. Fue muy difícil y me tomó mucho tiempo salir de esas limitantes. Entré a otro tipo de lenguaje (espero) pero hoy ya estoy más o menos saliendo de eso también (la que sería la onda epigramática satírica).
Creo que es muy peligroso para cualquier persona interesada en escribir, sentarse cómodamente y hacerlo en serie, escribir el mismo poema. Hay que ser Borges, o Cervantes para hacerlo, o quizá Bolaño. Pero como no soy uno de ellos, y no veo tampoco a muchos que lo sean, creo que es bueno dejar de escribir cuando uno se repite. Claro, si es que se tiene amor propio y verraquera, que es lo contrario de la comodidad y la autosatisfacción, tan común en las borracheras de poetas, esas que van de lisonja en lisonja, de ex-abrupto en ex-abrupto, o de discurso en discurso, de blog en blog. Conozco muy bien también ese mundo y sus resultados.

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