El
Libro del cáncer
Augusto
Rodríguez
Editorial
Ámbar
Lima, Perú,
2012
El
Libro del cáncer de Augusto Rodríguez
La poesía de
Augusto Rodríguez fue para mí una de las sorpresas que me deparó la invitación
al festival de poesía de Quito, Poesía en Paralelo Cero, en junio de 2011.
Durante mi estancia en Ecuador y dentro de las posibilidades que el tiempo me
permitió, pude conocer y leer a algunos de los poetas jóvenes que en estos
momentos están consolidando su obra, y Augusto es sin duda uno de los más
interesantes. Frente a tendencias, estéticas y escuelas que reúnen a grupos de
diversa índole, por otra parte, como suele sucede en todos lados, Augusto
Rodríguez escribe una obra personal y valiosa que ya permite valorar a un autor
maduro y en perfecto dominio de sus recursos. Es la primera vez que prologo la
nueva entrega de un poeta ecuatoriano, y es para mí motivo de orgullo que éste
Libro del cáncer sea ocasión que me permita adentrarme en una poesía, la
ecuatoriana, tan desconocida en España, donde vivo, y que tantos excelentes
creadores ofrece.
Como poeta,
hay que destacar que lleva a cabo una importante actividad de difusión
cultural, y es autor de libros que lo sitúan con nombre propio dentro de las
últimas generaciones poéticas, configurando poco a poco una obra atrevida,
audaz, fértil y sensible que se detiene ante los aspectos menos llamativos de
la existencia, que desde luego son siempre los más importantes, para
recordarnos entre otras cosas lo pasajero de la existencia humana. La luz salta
a cada nombramiento para destacar todo
aquello que en apariencia duerme o no se revela en primer grado.
La poesía de
Augusto Rodríguez es ante todo, y me gustaría empezar por este aspecto, es una
obra que se valida entre aquellos que viven familiarizados con el género
poético. Si Antonio Gamoneda comenta siempre que se le pregunta que la poesía
no es literatura, en el caso de Augusto Rodríguez, su obra poética así lo
confirma, y es un claro ejemplo de que no se trata de otra cosa que del resultado
de una forma de ver la vida, de una concepción de la existencia. Como en
cualquier materia creativa, para poder comprender y descubrir, es necesario que
exista un grado de iniciación. En la poesía de Augusto el nivel de exigencia
personal es elevado, es una poesía culta, lo que no quiere decir para nada que
se trate de una poesía hermética o referencial. Y de hecho es un poeta
respetado y leído por esa inmensa minoría que son los poetas, lo cual ya indica
muchísimo.
Si Augusto
Rodríguez escribe como vive, y vive la poesía en una absoluta entrega, ésta
nunca es sentida como un juego, aunque a veces ese tejido que acoge milagros, o
esa canto de la errancia, esa opción natural por un cosmopolitismo al que
pertenece por derecho propio, y que es la gran familia poética en lengua
española, o si queremos acotar, la poesía que se escribe en América Latina, y
el hecho de ocuparse de lo que no es o no está, le pueda dar una vuelta más
allá, un cambio que lleva a un nuevo descubrimiento. Pero sobre todo en este
nuevo Libro del cáncer se desecha el juego para exigir la máxima concentración
en el lector. Augusto Rodríguez exige que su lector, el lector de poesía que se
le entregue, se implique de la misma forma que él lo hace, con todas las
consecuencias. Y es que el autor sabe que si el creador no vive su vida y su
arte con la mayor dedicación, no se va más allá de un ejercicio lindando la
frivolidad. En tiempos de tanto arte desechable, tanta literatura placentera o
espejo de vidas anodinas, Augusto Rodríguez se aleja radicalmente de todo eso y
busca, procura otros caminos. Y como la poesía es resultado, entre otras muchas
cosas, de la vida, su poesía es tensión, sueño, deseo, compromiso, rechazo,
amor por determinados autores y autoras, épocas, momentos de la historia,
acontecimientos destacados: la poesía va con él identificada a sus elecciones.
Leyendo al
azar cualquiera de sus poemas uno recibe a menudo una sensación de
desconcierto, por el uso preciso de la gramática y por ese giro que salta como
una bofetada y que produce un cambio en la comprensión, y si el lenguaje
poético, como tanto se ha dicho, es capaz de descubrir sentidos ahí donde
acaban los del uso comunicativo común, eso es desde luego evidente y patente en
su escritura. Vemos por ejemplo unos versos del primer poema que abre:
¿Qué es la infancia? ¿en qué parte
está? ¿dónde se esconde? ¿qué significa la infancia?¿acaso es el espacio
inhabitable que quedó después de romper todos los espejos que tienen a la
muerte como su única fe?
Y está la
infancia como espacio de salvación, un inmenso territorio donde ser es posible,
vivir con lo que uno es. Algo sucede y ese acontecimiento es potente, se
impone. Y cuando el misterio nos asombra ya nada se puede modificar. Sólo el
lenguaje transmutado de la poesía - de su poesía - es capaz de ofrecer otra
posibilidad. Se cambia el curso de los acontecimientos cuando se fijan, cuando
el autor se detiene y los acepta. Sólo así somos capaces de librarnos del peso
del destino. Como queda patente, estamos ante una poesía que entronca con una
tradición clásica, el referente va, me atrevería a decir, por un camino de
búsqueda interior, pero incide en la duda y la fragmentación del ser
contemporáneo.
El arquitecto
vienés Adolf Loos, uno de los padres de la modernidad, decía: "Kein
Mensch kann ein Werk wiederholen": Ningún ser humano puede repetir
lo que ha creado. Y esa podría ser una premisa de la poesía de Augusto
Rodríguez. Sólo volviendo la mirada a nuestro pasado podemos comprender hacia
dónde vamos, de dónde venimos, y vislumbrar pulsaciones de nuestro devenir, el
amor, nombrar al ser amado, el dolor, y desde esa mirada seguir buscando,
creando, pero nunca repitiendo. Como dice en un pasaje de su nueva publicación:
Poco queda bajo mis rodillas de
niño: dibujos a colores ni album de fotos ni
cuaderno de anotaciones mis primeros
poemas letras de canciones una
corbata de papá un sostén de mamá
unos lápices que siguen coloreando mi
deshabitada infancia.
Aquí estamos ante una declaración de principios, una ética
de vida, donde descubrimos un camino que va hacia la excepcionalidad.
Sin citar, sin nombrar, sin escribir, el poeta no
concibe estar, es una necesidad. Y este es un tema fundamental de la creación:
la necesidad, en El libro del cáncer, necesidad imperiosa. Escribir por pura
necesidad, pues todo aquello que responde a ese llamado, a esa efervescencia en
la que nos va la vida, nos hace un poco más libres. Y toco aquí un punto final
y definitorio: la escritura poética como una apuesta por la libertad, la
liberación de las ataduras para poder decidir por uno mismo.
El fantasma de
algún día seré ha venido a visitarme para darme un poco de odio y miseria a
veces pienso que es un adelanto del infierno que me espera.
Ese recorrido es una iniciación, un largo camino que
tiene un comienzo pero no fin, va con él, es una segunda piel, la misma vida.
Por ese camino Augusto Rodríguez entra en todo aquello que toma o rechaza, y
sobre todo, toma un nuevo lenguaje, el suyo, su propia voz.
Rodolfo Häsler
Barcelona, 16
de noviembre de 2011
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