Novalis pensaba
que la salud solamente podía ser interesante para los científicos, en cambio la
enfermedad era verdaderamente importante para los individuos y para el arte.
Salud igual masa. Enfermedad sinónimo de individulidad, de distinción: era la
ideología del romántico.
Sin embargo, entre todas las enfermedades, la
verdaderamente emblemática de los románticos fue la tuberculosis. No olvidemos
a Chopin, a Chejov, a poetas como John Keats o Edgar Allan Poe.
Mientras el tuberculoso podía ser un héroe, un proscrito, o un poeta maldito, el
enfermo de cáncer, no corrió la misma suerte. Susan Sontag en su talentoso
libro “La enfermedad y sus metáforas” sostiene que el cáncer es considerado
como una enfermedad de perdedores. Mientras el tuberculoso moría o se marginaba
en la apoteosis de su mal emblemático, el canceroso hasta no hace mucho, tenía
necesariamente que ocultarlo. Muy pocos saben del cáncer que acabó con Rimbaud,
que castigó a Freud (según los mismos sicoanalistas) por haber reprimido sus
instintos, o una severidad igual que terminó con Wittgenstein.
Tengo en mis manos “El libro del cáncer” de Augusto
Rodríguez. Paradójicamente, de su conmovedora lectura, me ha salvado una
enfermedad mayor que está más allá del dolor que nos ata a la enfermedad y sus
metáforas, me refiero a esa enfermedad llamada TIEMPO.
En la primera parte de este libro, Augusto Rodríguez
aquejado por los primeros síntomas de esta enfermedad llamada tiempo, se
pregunta: “¿Qué habrá en el fondo de la infancia? Quiero irme de aquí pero no
sé a qué hombre dejarle las llaves de mi cuerpo”.
Quizás uno de los dramas, una de las tragedias más
sobrecogedoras que simbolizan nuestro tránsito por el mundo, sea el de Edipo.
El del hijo que busca al asesino de su padre, sin sospechar que es él mismo el
asesino. Tragedia mucho más sobrecogedora si investigamos la causa del porqué
Edipo asesinó a su padre. El padre para el sicoanálisis significa lo que Lacan
denomina la Ley. La
aparición del padre separa al niño del cuerpo de la madre, y al hacerlo, relega
sus deseos al campo subterráneo del inconsciente. En este sentido, la primera
aparición de la Ley
y el inicio del deseo inconsciente son simultáneos: sólo cuando el niño
reconoce el tabú o prohibición simbolizados en el padre reprime su deseo
culpable. Este deseo es, precisamente, lo que hace de nosotros poetas.
La originalidad de Lacan consistió en que reescribió
este proceso Freudiano en función del lenguaje. Entonces, sin lugar a
equivocarnos, podemos afirmar que nadie en el mundo mejor que un poeta para
hablarnos de la enfermedad y sus metáforas. Del tiempo, sus lastimaduras y sus
cicatrices. Pero también, nadie mejor que un poeta como Augusto Rodríguez, para
decirnos que: “Toda la muerte no podrá destruir esta casa”.
Iván Oñate
Capelo, 1 de febrero del 2011
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