Dividido en cinco segmentos y formando un solo cuerpo, como los dedos de una mano, el “Libro del cáncer” de Augusto Rodríguez se nos presenta como un todo fragmentado que establece sus códigos y actúa imantado a un único eje.
Ese eje circunscribe la búsqueda incesante de Rodríguez por la palabra poética, sus connotaciones y sugestiones, a través de imágenes de gran factura.
.../“Mis palabras son piedras nuevas en un lenguaje que nadie conoce”.../ dice el autor, en la primera parte, cuando las preguntas surgen en torno a una infancia deshabitada y en la que los objetos cotidianos se convierten en símbolos y metáforas de la memoria.
En una suerte de epopeya el poeta erige La ciudad del cáncer a la cual nada ofrece pues.../“solo invento fantasmas sentados en estas sillas que me narran sus mentiras”.../ y en la cual hace su homenaje a aquellos seres que ama y ubica en sus lecturas. Los autores elegidos son el pretexto para que surjan textos que crean la textura de la ciudad, sus reescrituras y en resumen sus semióticas, y en la que se confunden imágenes urbanas y la angustia del poeta.../ “a veces pienso que es un adelanto del infierno que me espera.../
Esa ciudad mítica que nos vio crecer y que llevamos plasmada para revelarnos un estado de alma.
Y es ese infierno convertido en holocausto que invade la memoria y que obliga al poeta a descifrar sus enigmas a través de lo erótico, cuando el pez del cuerpo de la poesía destella en estos versos:
“el pez de mis labios se sumerge en tu vientre se derrite en tus labios te asalta por la espalda se clava como la espada más temible se cruza en el aire en tu búsqueda te sigue las huellas en el agua te observa con sus ojos amarillos”
Fascinación, terror, ritmos propios, atrevidos, que fluyen a lo largo de todo el trabajo poético. Un trabajo que mantiene su energía y concentración lírica con la escritura como única remisión ante lo implacable cotidiano.
Y continúa esa indagación incesante en la paradoja de la última frontera cuando se transfigura en aseveración magnífica:
.../Todo el amor no basta como no basta la muerte para arrancar las visiones detrás de los ojos.../
Y es así como llegamos a la fiesta de los condenados que nos recuerda la raza maldita de Rimbaud a la cual pertenece, sin lugar a dudas, Augusto Rodríguez, en una orgía de imágenes que nos deleitan y cautivan:
.../ El arco iris de tu sangre se derrite en mis ojos, el invierno es un árbol que se divide en dos personas que se mueren de frío, un río se seca en los labios de esa anciana que se muere ahorcada, este libro se multiplica ante tus pupilas y se vuelve a multiplicar en infinitas imágenes.../
Y el poeta confirma:
... /En mi interior hay varias fiestas que danzan su propio baile en su propio tiempo y espacio.../
Poética pura, donde cada palabra es imprescindible. Labor de preciosismo y de imperiosa labor con el lenguaje, definitivamente el “Libro del cáncer” de Augusto Rodríguez es un deleite y una catarsis.
Catalina Sojos
Cuenca, Ecuador, 2011
Cuenca, Ecuador, 2011
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