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Travesía hacia una inesperada estela de luna


A ti, por verte sonreír




Por Gabriela Falconí

Ya ves Chivita, al final todo tiene sentido, y esta noche se la debemos al controlador. Pobre hombre, seguro ahora mismo, mientras nosotras miramos esa inesperada estela de luna tiradas entre los cañaverales, él se tapa las orejas y estira los codos para esquivar los arañazos de la man, que bien se los tiene ganados por perder mi maleta y jugarnos barcelona. Y es que algo tenía que hacer después de todo, ¿o crees que me iba a quedar de brazos cruzados? Porque si al inicio fuiste tú el faro que empezó requintar contra todos por el mal servicio del bus, por la pérdida del equipaje, por la velocidad, porque no traía animales sino personas, yo tuve que apoyarte de alguna forma y no dudé un segundo en actuar cuando oí la voz de la man en el celular del Patucho ese. Fue rumbo a la Policía Judicial, en el auto ruidoso que se abrió paso con la sirena llamando la atención de los despistados, vos no escuchaste nada por andar mentándole la madre al chofer que intentaba callarte, bien hecho Chivita, sacaste tu abolengo peruano y se lo restregaste en la cara con Twinza y todo. Hasta yo, que debí sentirme aludida, terminé aplaudiéndote. Claro, mentalmente, porque andaba concentrada en el Patucho, que cambió de voz y empezó a disculparse, agazapado contra la puerta para que yo no lo escuchara. ¿Cómo no iba a reaccionar?, si con mi oído biónico, preparado para los sonidos más bajos en busca del chisme, logré pescar que nosotras, las perjudicadas, éramos unas hippies fumonas que andábamos puteando a la patria por haber perdido una maleta, en la que seguro, escondíamos la base de nuestros vicios. El flaco no llega porque anda conmigo, dije amelcochada, apenas le arranché el aparato. Menos mal era Patucho, porque con un caderazo le puse su estate quieto. Qué maleta ni qué maleta, con este cuerpo ricotón sobra la ropa en medio del son. Toma dulzurita, calma a tu jermu, agregué triunfante cuando la voz empezó a gimotear del otro lado. El Patucho, patuchísimo, casi larva, tomó el teléfono y entornó los ojos para que no siguiera hablando. Poco pudo decirle a la man, porque apenas emitió un sonido para desmentirme, ella le colgó entre gritos. Lo demás lo vivimos juntas, ¿recuerdas Chivita?, la cara desencajada del Patucho frente al Fiscal cuando le suelta que debía quedarse un mes en cana o pagarme los seiscientos cocos que yo denunciaba. Pobre enano, verlo caminar con tanto peso al rincón de los maleantes por haber perdido la cabeza en las tetas de la gorda que se subió en Bucay. Sí, esa que se sentó en el primer asiento, ¿la viste?, todo el viaje rieron de lo lindo y, claro, entre el escote y las maletas, el Patucho no tuvo opción: ¿cómo iba a dejar sus alcances de galán por cuidar las pertenencias de otros? Por solidaridad con la man yo debí dejarlo preso, pero me dio ternura mirar su figura esmirriada entre tanto malandro y esos ojitos aborregados con pintitas acuosas como las vírgenes de la escuela quiteña que tanto te gustaron. No, no pude hacerlo, por eso le dije al Jefe que iba a dejar sentada la denuncia sin ningún preso. ¡Qué tal actor nos salió el Patucho! cuando escuchó su destino enseguida buscó el teléfono. Por las curvas casi acrobáticas que hizo sin darse cuenta, supe que no le fue bien: su sonrisa empezó a diluirse como las coloridas granizadas que vos compraste para ahuyentar el calor. Sapo enano y sin gracia, al final algo te salió bien, quién iba a creer que en tus lanas ya habías acordado con los polis el pasaje de vuelta al terminal, mientras nosotras, tiradas al inicio del estero, debíamos sentar la denuncia y apurarnos para alcanzar el último bus en el que cruzamos la frontera. Seis horas nos tomó llegar a Tumbes y tomar la carcacha en la que un joven flaco, parecido al Patucho, pregonaba a gritos: ¡a Lima, a Lima! Era de noche y todas las compañías habían suspendido los turnos por el paro de Chimbote, solo la carchochita, como empezamos a llamarla por las tantas horas que nos acogió en sus alambrados asientos, fue la única aguerrida que se lanzó a enfrentar tales riesgos. Por llegar pronto a Lima y dejar atrás la racha de enanos similares que aparecían en todo sitio, nos embarcamos con varios pasajeros, dos loros y algunos cuyes en la Empresa de Transportes Estrella y hermanos, Compañía Limitada. Aunque el viaje fue incómodo en la estrecha y limitada compañía, nos agenciamos para quemar el tiempo con los juegos del Poeta. A vos Chivita te salió lindo el verso y fuiste prudente comentando el mío, que a duras penas defendió mi título de literata. ¡Lo que me costó hacerlo con la mala leche que traía!, pero vos también, venir a poner de tema Los patuchos. Hasta las afueras de Chimbote, donde nos quedamos varadas por el bendito paro, logramos mantener la calma, pero ya entrada la noche no hubieron cigarros ni juegos que distrajeran nuestras ansias incrementadas por los olores animales. Menos mal tuvimos un fenecido, y aunque la dueña del loro se puso a llorarlo como una magdalena, todos logramos calentarnos la sonrisa bromeando con las causas de la muerte. Por solidaridad y un poco por pena, los pasajeros, incluidos el loro sobreviviente y los cuyes, acompañamos en grupo al sepelio del querido animal, parte de la familia, según dijo la santa, en los cañaverales cercanos al bus. Todavía escucho las risas solapadas y los gemidos leves al terminar de poner la cruz, pero no importa Chivita, aunque ellos se vayan y nos dejen solas en esta parte del camino, quedémonos otro ratito, para que esa inesperada estela de luna termine de nacerme las retinas.

Lima, Perú, 1-5-07

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