
Por Fernando Nieto Cadena
Hace apenas dos años atrás tuve noticias de Carolina Patiño. Sus poemas venían en una antología de poetas jóvenes ecuatorianos que Fernando Itúrburu presentaba y seleccionaba. Los intermediarios eran los integrantes del grupo Buseta de Papel de Guayaquil. A partir de eso mantengo una correspondencia más o menos constante con Augusto Rodríguez y a través de él recibo noticias de lo que hace el grupo y uno que otro acontecer del quehacer literario nativo.
Los poemas leídos de Carolina me llamaron la atención. Primero por la edad, dieciocho años, después por los textos en sí. Finalmente el interés se centró en sus versos que me hicieron abrigar esperanzas de que más allá de la maldición gitana de los promesismos que los solapadores de oficio perpetran al presentar a un poeta primerizo, podíamos encontrarnos a la vuelta de unos años de intensificación formativa, descubrimiento y hallazgo de una pertinaz experimentación de lenguaje, con una poeta que la literatura ecuatoriana desde hace mucho tiempo reclama, una poeta que tenga la misma trascendencia de lo alcanzado y trascendido por más de un poeta nacional a lo largo del siglo veinte (todo esto al margen y sin entrar en burdas comparaciones ni en bizantinas discusiones sobre lo hecho o deshecho por los y las poetas del Ecuador en el pasado).
Tengo en las manos el que hubiera sido su segundo poemario, Te suicida. Aún no asimilo su título porque inicialmente me hizo pensar en otra posible intención. Desconfío mucho de premoniciones, presentimientos, sobre todo si se refieren al pasado, cuando uno encuentra lo obvio que antes no aparecía y que es evidente, como se dice por estos costillares del golfo de México, a toro pasado. En estos textos el rastreador de evidencias demostrará que todo ya estaba anunciado, que en su sentido real estos poemas son un apocalipsis, una revelación del devenir. Si se quiere mantener el ludismo analógico, son un apocalipsis minimalista.
La ficcionalidad de la literatura nos confronta en este poemario con su testimonialidad más oculta, el discurso expresaba no sólo lo que sugería sino lo que simple y llanamente mostraba a ras de piel. El yo que nos habla es un yo necesitado de vida, de una vida que se le estaba agotando y agostando inexorablemente sin que nadie pueda hacer algo para evitarlo.
Hoy es fácil aunque doloroso decirlo, en Te Suicida se entreleen tormentas interiores, para decirlo con uno de los tantos lugares comunes con que el lugar común disfraza su impericia para testimoniar los colapsos existenciales. En los versos de Carolina, apenas arribada a los veinte años, hay una conciencia de sí misma que confirma la conseja nietzscheana de lo demasiado humano que podemos llegar a ser los poetas aunque no estemos preparados o dispuestos para asumirlo y soportarlo.
El mejor recuerdo, la mejor memoria que podemos guardar de ella es leerla. Compartir su voz en desasosiego que nos restriega la intensidad de su insaciable amor por la vida, amor que la condujo a la prueba mayor para no comprometerse con nuestra diaria desintegración y descomposición de la muerte que vivimos tan desolada y convulsivamente. Que su precoz adiós no haya sido en vano.
Villahermosa, Tabasco, México, agosto 2007
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