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50 poetas ecuatorianos en Edición Internacional de la Casa del Poeta Peruano


La Casa del Poeta Peruano ha publicado en su Edición Internacional El Álbum de Oro de la Poesía Ecuatoriana Reciente, Tomo I, 50 poetas nacidos a partir de 1950 (Primera parte), selección de Fernando Andrade.

Si la realidad es todo lo que se puede imaginar, entonces la realidad se verifica en los sueños, en el “arte de ensoñar” o porqué no, en el “arte de poetizar la realidad”. De esa otra “realidad”, ordenada en finas capas como las de la cebolla, tal como nos advertía en los 80 y 90, el mítico peruano Carlos Castañeda. Y es de aquellas “realidades” que el poeta; -ese brujo imaginante- nos habla y escribe, de aquellas realidades no vistas con los ojos, sí, con la intuición y el corazón.
Desde los años ochenta en Ecuador, nuevos poetas se abren paso y apuestan por una literatura “postmoderna”, en el mejor sentido de aquel desgastado término; postmoderna porque querían, -sin proponérselo-, aportar al desmoronamiento de la mercantil, belicosa y gris lógica de una aparente e inmediata realidad, de aquella fría realidad tan pregonada por “el mundo occidental”. Pero también, ayudar a derrocar su razón judeocristiana, su orden y progreso sin límites, su democracia representativa de baratillo y su realidad globalizada. Fieles a aquella literatura de identidades que parecía regresar, quisieran develar la realidad ecuatoriana como compleja, cíclica, pero también “telúrica urbana” y ancestral.
Esta es entonces una nueva poética de la realidad diversa, que como las capas de la cebolla se entremezclan en sucesivas realidades locales en la urdimbre de una compleja realidad global. Situarse en el fin de siglo de Ecuador, significa desmenuzar la poética de la diversidad o mejor de la biodiversidad equinoccial, resignificar la planetaria y natural paradoja ecuatorial, en un mundo de desarraigo global.
En el Ecuador de fin de siglo, ya se vivía la época de las paradojas locales, la época de las “ciudadanías” y de los movimientos sociales; de la insurgencia del movimiento indígena en especial; de otra parte, ciertas sectas políticas, religiosas y literarias, todavía pujaban por sobrevivir en su cenáculo de oropel; época también en donde los habitantes del “País de la Mitad”, se organizaba por embarcarse allende los mares en una balsa de pescar o en un avión, y se desplegaban sin brújula, al vaivén de las corrientes marinas, hasta llegar a construir un Ecuador de Ultramar.
Más no por ello dejaba de ser válida, la necesidad de recuperar el paraíso perdido de nuestra bizantina “identidad ecuatorial”; la construcción de otra utopía realizable: aquella del verdadero “País Secreto y profundo”, que bien hubiese soñado y perseguido, el gran poeta ecuatoriano y universal, Jorge Carrera Andrade.

Fernando Andrade
Barcelona, Diciembre 2007

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