
Por Héctor Hernández Montecinos
Escribo desde el limbo
aunque esté allá abajo enterrado
escupiendo mosquitos
que la Muerte luego devorará con sus ojos
al igual que a esas largas filas de canas y arrugas
que ríen despreocupadas buscando las orillas del océano
como si allí la sal no permitiese
la desintegración de los átomos.
Cada día la sangre se evapora de sus rostros
y los huesos estallan como fuegos artificiales
sobre los pesebres que significan cada final de año;
los niños también temen porque
una casa sola quizá sea más trágica
que la vida en el más allá, es decir, acá.
Lo escribiré tantas veces como jirones de mi piel queden:
inútil es todo lo que no desaparezca
nunca existió,
el sol, el aire, todo se ha ido.
Se seguirán leyendo poemas y habrá ruido
también relojes, drogas, rincones y sed.
No inventé nada
fueron los ciegos lo que me dijeron esto
mientras contemplaban los restos de mi cuerpo dormido,
luego se irán a una fiesta
y harán un brindis por mí.
Desde el principio éramos la Muerte y yo, viendo como todo se despedazaba para calentar sus frías manos desde donde arrojaba sobre mi boca el veneno que es imaginar la infancia y todos los asesinos que la rodean. Mis huesos hablan más que yo. Mis escombros están condenados a vivir más que yo. El día del juicio se perdió y todos los misterios ahí no más quedaron, en esas calles, en esas pieles, en esos espejos, esas heridas, esas caras. De mamífero sólo me queda un poco de pelo y algunos dientes, pero también las ansias de volar enloquecido por los aires, volar buscando las cenizas de las ciudades que nunca conocí. Viajar lejos, muy lejos, donde los siglos duren un día y los colores sean en blanco y negro. Está amaneciendo y creo que es la hora de volver, la Muerte ha partido, debo regresar a la eternidad.
http://www.acheache.blogspot.com/
Escribo desde el limbo
aunque esté allá abajo enterrado
escupiendo mosquitos
que la Muerte luego devorará con sus ojos
al igual que a esas largas filas de canas y arrugas
que ríen despreocupadas buscando las orillas del océano
como si allí la sal no permitiese
la desintegración de los átomos.
Cada día la sangre se evapora de sus rostros
y los huesos estallan como fuegos artificiales
sobre los pesebres que significan cada final de año;
los niños también temen porque
una casa sola quizá sea más trágica
que la vida en el más allá, es decir, acá.
Lo escribiré tantas veces como jirones de mi piel queden:
inútil es todo lo que no desaparezca
nunca existió,
el sol, el aire, todo se ha ido.
Se seguirán leyendo poemas y habrá ruido
también relojes, drogas, rincones y sed.
No inventé nada
fueron los ciegos lo que me dijeron esto
mientras contemplaban los restos de mi cuerpo dormido,
luego se irán a una fiesta
y harán un brindis por mí.
Desde el principio éramos la Muerte y yo, viendo como todo se despedazaba para calentar sus frías manos desde donde arrojaba sobre mi boca el veneno que es imaginar la infancia y todos los asesinos que la rodean. Mis huesos hablan más que yo. Mis escombros están condenados a vivir más que yo. El día del juicio se perdió y todos los misterios ahí no más quedaron, en esas calles, en esas pieles, en esos espejos, esas heridas, esas caras. De mamífero sólo me queda un poco de pelo y algunos dientes, pero también las ansias de volar enloquecido por los aires, volar buscando las cenizas de las ciudades que nunca conocí. Viajar lejos, muy lejos, donde los siglos duren un día y los colores sean en blanco y negro. Está amaneciendo y creo que es la hora de volver, la Muerte ha partido, debo regresar a la eternidad.
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