Por Aleyda Quevedo Rojas *
"Todas las cosas tienen su misterio y la poesía es el misterio que tiene todas las cosas". Invoqué a Federico García Lorca para escribir sobre mi amado y admiradísimo poeta José Watanabe, (Laredo, Trujillo 1946, Lima, 2007). Es que nadie como Watanabe en esta parte del mundo, en América Latina quiero decir, para desentrañar los misterios de la naturaleza o irradiar esos mismos misterios en un poema breve, limpio, en un haiku, del cual fue un prolijo cultor.
Watanabe murió el 25 de abril, y la noticia me llenó de frío el corazón, porque a pesar de no conocerlo, de manera personal, pude hondamente leerlo. Desde que en
Las palabras que son la llave de la casa de la literatura. Esas palabras que José Watanabe supo hilvanar a un ritmo fusión entre: lo peruano y lo japonés, lo zen con lo andino, lo triste y lo sobrio, la reflexión satori con las sabidurías de los indígenas humildes del Perú.
Así se me fue metiendo José Watanabe en mi universo de lecturas y referentes de cabecera, después cuando volví a Lima me compré Historia Natural (1994), y con tristeza recibí la noticia de que su primer poemario titulado Álbum de familia (Lima, 1971), estaba agotado. Pero conocí a varios poetas que lo conocían y me hablaron de él, me dijeron que era silencioso y poco afecto a las reuniones sociales, que era hijo de Paula Varas, peruana de origen serrano y que su padre Harumi Watanabe era un japonés que le enseñó el arte del haiku; que luego migraron a Lima para que José estudiara la universidad. Pero al leerlo supe también que los recuerdos de Laredo se habían quedado en su poesía para siempre. El imaginario de este poeta, de quien solo conocía dos libros, ya me había atrapado.
Años más tarde, la poesía me llevó nuevamente a Lima y me compré en la librería “El portal de Barranco” el libro Cosas del Cuerpo, Editorial Caballo Rojo, 1999. Y gracias a su palabra poética, supe que la vida no es esencialmente intelectual sino física, y que uno escribe desde el cuerpo, los sudores y todos los sentidos, desde el territorio infinito del cuerpo, el cuerpo erótico, el cuerpo templo, el cuerpo ánfora de dolor y placer. Así el cuerpo dominó mis búsquedas hasta desembocar en un reciente libro mío, que en gran medida inspiró José Watanabe.
La verdad íntima de las cosas del cuerpo se juntaba con los misterios de la muerte y la reencarnación, en el magistral libro que Watanabe había construido. En este amado libro estaba uno de los poemas más bellos escritos en castellano, su título: El lenguado.
Y en este amado libro también estaba el latido de la enfermedad que perseguía a José Watanabe, y que hace pocas semanas supe que era un cáncer de esófago, aunque en algunas páginas de Internet aparece que lo que mató a Watanabe fue un cáncer de garganta.
Más tarde, camino a un festival de poesía en Colombia, me encontré en una librería con la antología poética El guardián del hielo (Bogotá, 2000), una maravilla que llegaba a mis manos, otra vez gracias a los misterios de la poesía y sus hilos secretos. Y el año pasado, una poeta venezolana a quien conocí en Argentina, me obsequió, lo que para ella era un tesoro y para mí una preciada joya, el libro Lo que queda (Monte Ávila, Caracas, 2005), otra antología del maestro José Watanabe, editada en esta prestigiosa editorial. En reciprocidad, yo le regalé a mi amiga Tu bata flotante de seda roja y oro, poemas asiáticos y árabes en traducción de Francisco Alexander, editado por Ediciones de
Y cuando por fin pensé que podía conversar largamente con José Watanabe, el azar conspiró para que en septiembre del 2006 no lo encontrara entre los invitados, que se anunciaron oficialmente en el Encuentro Literamérica,
Watanabe no pudo asistir y pidió a su amigo, el magnífico poeta peruano Antonio Cisneros que lo reemplace en esta cita. Y con Antonio pasamos largas tardes conversando de la potencia de la poesía peruana y de la lírica sin concesiones de José Watanabe.
Watanabe, ganó en 1970 el primer premio del concurso Joven Poeta del Perú con el poemario Álbum de Familia. También llamado poeta sabio, Watanabe fue amado y respetado por sus amigos de generación y por varios grupos de cineastas y guionistas. Confirmando que para ser buen poeta hay que ser primero buena persona. José Watanabe escribió también los guiones para los filmes
Watanabe es ya un clásico de la poesía Hispanoamericana, un maestro indiscutible de la poesía peruana, un poeta inmenso del extensísimo territorio del castellano. Todavía no alcanzo a entender cómo su libro no se llevó el premio del Festival de
Ahora, con este mi primer artículo para El Quirófano y para el blog de Buseta de Papel, abrazo el espíritu de José Watanabe el poeta por historia natural de la poesía. ¡Nos vemos pronto querido poeta!
Sus libros:
- Álbum de familia (Lima, 1971)
- El huso de la palabra (Lima, 1989)
- Historia natural (Lima, 1994)
- Path trough the canefields (Londres, 1997, antología de su obra poética)
- Cosas del cuerpo (Lima, 1999)
-Antígona (Lima, 2000, versión libre de la tragedia de Sófocles)
- El guardián del hielo (Bogotá, 2000, antología de su obra poética)
- Habitó entre nosotros (Lima, 2002)
- Elogio del refrenamiento (Renacimiento, Sevilla, 2003, antología)
- Lo que queda (Monte Ávila, Caracas, 2005, antología)
- La piedra alada (Pre-Textos, Valencia, 2005-Peisa, Lima, 2005)
- Banderas detrás de la niebla (Pre-Textos, Valencia, 2006-Peisa, Lima, 2006)
El lenguado
Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.
El Maestro de Kung Fu
Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea
madruga y danza
frente al mar de Barranco.
Se mueve como dibujando
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, esta hiriendo, buscando el punto
de muerte
de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.
Su enemigo ataca con movimientos de animales
agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.
Ninguno vence nunca, ni él ni él,
y mañana volverán a enfrentarse.
-Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo- me dice el maestro.
Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.
*Aleyda Quevedo Rojas (Quito, 1972). Es también periodista. Ha publicado los libros de poesía Cambio en los climas del corazón (1989), La actitud del fuego (1994, Lima, Perú), Algunas rosas verdes (1996), Espacio vacío (2001), Música oscura (2004, Cuadernos de Caridemo, Almería, Junta de Andalucía-España). Su poesía ha recibido diversos reconocimientos a dentro y fuera de nuestro país, artículos suyos constan en diversas publicaciones de todo el continente y su poesía aparece en diversas antologías locales y extranjeras.
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