Por Eduardo Varas
La cabeza sin cuerpo. Así es la manera más adecuada de decirlo. No hablo de un paria, desencantado, o dinosaurio; no es nada de eso. Una simple actitud producto del cansancio, a eso me refiero. Absurdos destellos del vacío de su ser brillan por la ventana abierta, así pasa de vez en cuando en los colectivos. Desnudo ante el aire que lo tropieza con encierro, en ese espacio reducido, en el viento que no le mueve ni una pestaña. Visto desde afuera parece dormir sobre el asiento y horizontar su cabeza de derecha a izquierda para deleitarme.
La cabeza sin cuerpo. Tirano, su vida puede ser una terrible bestia de carga. Sostiene bajo su hombro un libro de palabras nuevas, un artículo de Vargas Llosa sobre Cuba y el silencio de mierda que lo atormenta. Quizás sueña con montañas cremosas o canta temas en francés. Visto desde afuera puede ser cualquier cosa, un bloque desesperado, una linterna clavada en el vehículo, un acento perdido, pero es la cabeza sin cuerpo.
Minuto adelante en el paso elevado que tuerce la línea recta de la avenida de las Américas y marca el nacimiento de Los Ríos. Se puede dilucidar que va al centro de la ciudad. En cada salto, salta, repica sus párpados y entiende que se está quedando dormido, aunque no le interesa.
La cabeza sin cuerpo. Tal vez recoge vasos en discotecas, maneja adjetivos sin separarlos de ciertos sustantivos, seduce a la casera para que olvide los pagos. Ahora duerme, al beriberi, turbulencia oblicua en el tic de su juventud. Saca la cabeza (sin cuerpo) por la ventana abierta, sin darse cuenta.
Atrás lo observan. La mujer recostada en el hombro paternal de su amante, creando la génesis edípica a su lado. Fresca ventaja al sentir el pene erecto cerca de su mano y ella dispuesta a pensarlo con fraternidad. La cabeza sin cuerpo pesada en su soledad, obligándose a transpirar en virtud del calor de un sol que suda. Mujer dispuesta, con la mano llena de intención y el hombre tranquilo, creando nubes de su boca, moviéndose al movimiento del vehículo. El viento es ahora un perro rabioso que escupe a la cabeza sin cuerpo, en continuo tan tan tan por los baches, en somnolencia automotriz.
Otro minuto y las políticas editoriales no dejan de sorprender. La mujer puede ser redactora, anuncia los verdaderos sentidos literarios todos los domingos, en artículos llenos de comas y puntos y comas y dos puntos, para perder el ritmo. Es ella, sentada a la orilla del pasillo, detrás de la cabeza sin cuerpo, en luz roja. Espera, a la visión de mi pluma que describe lo que ve, un calor que suda en la mano que sostiene el pene erecto, practicando la actitud de Penélope.
La cabeza sin cuerpo es atrevida, puede ser un corredor de autos, perdido entre los detalles clandestinos e ilegales en la avenida principal de Urdesa. Cae preso, luego billetes gastados compran libertad y balancea su cabeza en la ventana. La cabeza sin cuerpo: un criminal.
Es un hombre la cabeza sin cuerpo. Duerme en la descalza literatura de una mesa de noche, en el estrecho asiento del bus, sin memoria; cabeceando hacia la calle, mientras el viento muerde sus mejillas gastadas. La redactora silba melodías en el asiento de atrás, obvia detalles, trasciende sin trascender. Él se cuenta una historia, la nada que pasa a su haber, que incendia lo de adentro, pero nada pasa. La cabeza sin cuerpo no da cuenta de nada, solo descansa en su espacio reducido.
Es la mujer una sonrisa, una callada intención de adormitarse. Su hombre es la excusa, mira hacia delante, hacia la cabeza sin cuerpo, pero no le importa. Igual los observo, decoro sus vidas con mi pluma, mi escritura de observación.
Tal vez es un profesor de matemáticas, ecuación inconexa, álgebra de apariciones, problema de regla de tres en su mente que mira hacia delante; eso es la cabeza sin cuerpo. Puede ser grande o pequeña, proyecta su vida en rostros callejeros, amante de urbes, cansados de tanto rodar por la ciudad.
La mujer le acaricia la pierna. Toca la rodilla, todos mirando y cuchicheos. El chofer se intoxica por el despliegue de amor. Neuronas trabajando, pedazos de mentiras en mí para no aburrir el recorrido y la cabeza sin cuerpo zigzagueando por el sueño.
Horror. La cabeza sin cuerpo cae al pavimento. Dormida, horizontándose de derecha a izquierda. Ruido ensordecedor, auto a la derecha, mujer salpicada, gritando. La cabeza sin cuerpo está dormida, la despedazan al quedar fuera de la ventana. Otro auto pasa con rapidez y la corta. Horror.
Tránsito detenido. Sus ojos cerrados se cierran en medio del pavimento. Hombre consuela a mujer que grita, redacta, sonríe encharcada. La cabeza sin cuerpo se queda, sin cuerpo, en la avenida. El cuerpo, sin cabeza, dormido dentro del colectivo. Sangrante, terrible y cansado. Ambulancia, efecto doppler dibujando estelas de luz, flashes de comunicación y confusión. La cabeza sin cuerpo, sin cuerpo, abandonada en la calle y yo, embriagado con el espectáculo, llegando tarde por culpa de una cabeza sin cuerpo, por mi manía absurda de escribir las cosas que veo.
Eduardo Varas (Guayaquil, 1979) Narrador y editor de varias revistas. Está por publicar su primer libro. El cuento Conjeturas para una tarde, obtuvo una mención especial en un concurso internacional de cuento celebrado en Miami, EE.UU.; dirige el blog http://masalladelibros.blogspot.com/
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saludos,
Augusto Rodríguez
Editor